En los dominios de Jeff Bezos: toda la verdad sobre Amazon
El éxito de las más grandes compañías de nuestro tiempo, que suelen pertenecer al sector tecnológico, suele explicarse por su capacidad de innovación, por su elevada inventiva, por arriesgar cuando otros se quedaron parados. De Bill Gates a Mark Zuckerberg pasando por Jeff Bezos, los líderes de estas firmas son retratados como personas especiales que fueron capaces de llevar una compañía de la nada al cielo empresarial gracias al poder de la innovación disruptiva.
Pero ¿es así? ¿Los grandes campeones lo son por utilizar métodos del siglo XXI o por haber reactualizado los del XIX? Porque muchas de estas compañías han logrado establecer excepciones que las hacen funcionar con las mismas ventajas que gozaban las grandes firmas de hace un siglo.
Así, la excusa de desenvolverse en un contexto novedoso en el que las amenazas son múltiples (“cualquier chico puede inventar algo que acabará con nuestra empresa”), ha terminado por justificar la enorme concentración del sector y los regímenes de monopolio, o de oligopolio en el mejor de los casos, son habituales en el mundo de las nuevas empresas. La normativa sobre competencia, que se ha aplicado con rigidez en ocasiones recientes, por ejemplo a la hora de abrir los mercados en el caso de empresas estatales que iban a dejar de serlo, se han infrautilizado en estos casos.
Es también habitual encontrar a las empresas tecnológicas entre las que deciden no pagar impuestos en los lugares en los que operan. Así, Google, una firma cuyo volumen de negocio es de los más importantes dentro del sector, sólo ha pagado en España 33.000 euros gracias a un agujero legal que permite trasladar sus beneficios a Irlanda, donde el tipo efectivo del Impuesto de Sociedades es mucho más reducido, y transferirlo de nuevo hacia el paraíso fiscal de Bermudas. Y lo mismo ha ocurrido en otros países europeos, como el Reino Unido, donde se han puesto en marcha campañas para que firmas como Amazon o Google paguen las cantidades que les corresponden.
Y, por último, no es extraño encontrar a firmas tecnológicas entre las que vulneran la ley y ganan dinero con ello. Según The Guardian, la NSA pagó millones de dólares a Yahoo, Google, Microsoft y Facebook por gastos vinculados al espionaje de sus propios usuarios.
¿Innovación o regresión?
Estas empresas sin competencia, que pueden evadir impuestos y que cobran dinero de los estados por realizar prácticas dudosas, se parecen mucho más a las grandes firmas de finales del XIX que a las del XXI. Las empresas de la innovación lo son también de la excepción, y aprovechan argumentos, discursos y agujeros legales que les permiten funcionar con condiciones distintas a las del resto. Cuando la ley no funciona igual para todos, siempre hay jugadores que salen beneficiados.
Eso es lo que sostiene Jean-Baptiste Malet, un periodista francés que se infiltró durante varios meses en Amazon y contó la experiencia en un polémico libro que ve hoy la luz en nuestro país. En los dominios de Amazon (Trama Editorial) generó gran debate en su edición francesa, ya que no sólo planteaba las ventajas competitivas con que la empresa americana contaba respecto de las librerías francesas, sino que hablaba de un sistema de gestión de personal ligado con procesos que parecían haberse perdido en la noche de los tiempos. Las prácticas típicas del taylorismo se han visto incrementadas con la utilización de nuevos medios que permiten seguir la productividad de los empleados al segundo y, por lo tanto, controlar sus ritmos, pausas e intensidades.
El mundo en el almacén logístico de Amazon, cuya extensión es semejante a la de cinco campos de fútbol, se divide en pickers y packers, los que cogen los productos de las estanterías y los que hacen los paquetes. Los primeros tienen jornadas laborales en las que recorren cada noche (el turno en el que fue contratado Malet) más de 20 kilómetros diarios. Los segundos empaquetan, por lo que pasan muchas horas de pie, realizando tareas repetitivas con ritmos de trabajo completamente pautados. El asunto central de ese panóptico llevado al extremo no es sólo una cuestión de medición y vigilancia continua, sino la utilización de esos mecanismos para forzar al trabajador. No se trata de optimizar los resultados y de conseguir que la tarea sea más eficiente, sino de llevar al empleado a sus límites. Así, se les obliga a realizar un número de tareas determinado que deberá siempre ir a más. “Exigen que la productividad vaya en constante aumento”, asegura Malet, lo cual no es legal, pero tampoco posible. Sin embargo, eso no es ningún problema para la firma, escribe en En los dominios de Amazon ya que “los pickers son mujeres y hombres que cuestan menos y son más eficaces que los robots. Con ellos no hace falta ningún cuidado técnico porque en su mayoría son temporeros. La dirección de Amazon puede reemplazarlos fácilmente cuando están agotados o no cumplen su tarea, yendo simplemente a buscar otros en el inmenso ejército de reserva que constituyen los desempleados”.
No habrá paz para los pickers
Hay un montón de detalles que señalan hasta qué punto el ahorro de tiempo lleva a situaciones extenuantes: para aumentar la productividad, no permiten que los trabajadores hablen entre ellos durante el tiempo de trabajo, las tareas han de realizarse lo más rápido posible y cada vez que hay un descanso, han de regresar a su puesto exactamente 20 minutos después del momento en que se paró. Cada noche los trabajadores tienen derecho a dos descansos. Uno de ellos es remunerado por Amazon. El otro corre a cargo del trabajador.
Además, la máquina de fichar no está colocada a la entrada del almacén, sino en el puesto de trabajo. De modo que el tiempo que se tarda en llegar desde los tornos de entrada y salida hasta el puesto efectivo corre también de cuenta del trabajador. Es un recorrido que se efectúa seis veces al día, ya que cada vez que quieren descansar tienen que pasar por los tornos. En distancias tan grandes como las del almacén, un recorrido mínimo de un par de minutos conlleva doce minutos al día de ahorro para la empresa.
Esta obsesión por reducir costes es llevada al límite en detalles tan peculiares como el uso de la calefacción. La primera huelga en el almacén Amazon francés, impulsada por la CGT, fue causada por la falta de calefacción en unas instalaciones que tenían una temperatura permanente de 15 grados. El circuito calefactor funcionaba a la perfección pero los directivos no lo ponían en marcha para no gastar.
Ese contexto lleva a una sociabilidad peculiar. Como le contaban los compañeros “amazonenses” al periodista francés, las parejas que se han conocido fuera de Amazon no sobreviven cuando uno de los dos comienza a trabajar en la empresa. Horarios incompatibles y un cansancio permanente provocan que la vida en común se empobrezca y que la social desaparezca. A cambio se pasa más tiempo alrededor de la compañía, que proporciona ocasionales actividades gratuitas para el ocio, y donde la gente puede socializar con personas de su mismo medio social y forjar nuevos lazos afectivos que suelen consolidarse gracias al chismorreo.
Como explica Malet, cuando tu vida está confinada por jornadas de trabajo que te dejan agotado, y que apenas te dejan tiempo para nada más, tu existencia se torna altamente insatisfactoria y surgen comportamientos regresivos de toda clase (también en lo alimenticio, con el consumo de muchos más productos industriales con exceso de azúcar). Por eso la dirección pone en marcha actividades que provoquen dosis de alegría artificiales que influyan en el humor y la emotividad. Son técnicas científicamente estudiadas por los psicólogos y a través de las cuales Amazon trata de desactivar ese descontento que sabe que existe.
Son prácticas que no se limitan a Francia. El periodista Spencer Soper denunció una situación similar en el almacén Amazon de Lehigh Valley, entre Pennsylvania y Nueva Jersey y un documental de la cadena alemana ARD descubrió “las condiciones de trabajo de los temporeros extranjeros, especialmente españoles, empleados por Amazon. Largas esperas bajo la nieve antes de ser transportados en autobuses llenos de gente, promiscuidad en las condiciones de alojamiento en los bungalós de una ciudad de vacaciones que permanece vacía durante la temporada baja, despidos brutales y sin motivo alguno de los temporeros, salarios más bajos que los prometidos durante la oferta de empleo, vigilancia a cargo de violentos agentes de seguridad de una empresa subcontratada, registros arbitrarios y con violencia de habitaciones, registros sistemáticos del personal…”.
Pero todas estas denuncias no han servido para que los poderes públicos hayan investigado qué ocurre dentro de los muros Amazon. Más al contrario, el trato institucional que reciben es mucho más que correcto. Las autoridades suelen alegrarse de la apertura de nuevas instalaciones Amazon en su territorio, en tanto contribuyen a generar puestos de trabajo y les conceden generosas subvenciones para que lo hagan. Pero con estas acciones, señala Mallet, no hacen más que regar con dinero público procesos económicos que destruyen muchos más empleos de los que crean. El desarrollo de Amazon implica el cierre de muchas librerías, cuyos trabajadores superan con mucho el número de contratados de la compañía estadounidense. Y además, con la concesión de estas subvenciones otorgadas a una multinacional en plena forma financiera, los políticos no hacen más que falsear la libre competencia, afirma Mallet.
Sin embargo, todo este cúmulo de ventajas, irregularidades y acciones que bordean lo legal tienen difícil denuncia. En gran parte, asegura Mallet, por la ley del silencio que reina en la compañía gracias a peculiares disposiciones reglamentarias. El periodista francés contactó con varios sindicalistas que trabajaban en la firma para que le contasen su realidad cotidiana. Después de varias tentativas, le contestaron citándole para diversas entrevistas en lugares peculiares, como el parking de un centro comercial. Nunca aparecieron. Después, Mallet descubrió que el anexo 7 del Reglamento interno amenazaba con serios perjuicios legales a los empleados que contasen información interna, vital o no, gracias a disposiciones como la siguiente, que reproduce en el libro: “Amazon es una sociedad cotizada en bolsa, en el US Stock Exchange, y tiene la obligación legal de prevenir cualquier delito de información privilegiada de proteger los bienes de la sociedad. La divulgación de informaciones puede afectar negativamente y de manera perjudicial las actividades y el valor de Amazon y puede conllevar responsabilidad criminal”.