El vuelo del fénix
Austria con Rise like a phoenix de Conchita Wurst es la flamante ganadora de Eurovisión 2014. Un país clásico y occidental, muy infravalorado y maltratado en el festival, ha conseguido la victoria cuarenta y ocho años después de su primer y, hasta la fecha, único triunfo. Una delegación que incluso se retiró tres ediciones, entre el 2008 y 2010, como señal de protesta hacia el sistema de votaciones. La medalla de oro de Austria demuestra que cualquier país puede ganar el festival, más allá de defectos geopolíticos del formato, cuando presenta una candidatura buena en el lugar y el tiempo adecuado. Eurovisión, después de varios escarceos en Escandinavia y más allá del este, regresa por fin al corazón de Europa.
El pasado 10 de septiembre, Austria anunciaba la elección interna de Conchita Wurst, después de tres años de finales nacionales. La artista ya era conocida por los eurofans por haber finalizado en segunda posición con el 49% de los votos en elÖsterreich Rockt den Song Contest, la preselección de la ORF para la edición 2012 del certamen de la UER, una de las mayores pifias de los procesos de selección de los últimos años. Su designación, una de las más tempranas, fue acogida entre el frío y el calor como posteriormente cada uno de sus pasos hasta el número 1. Unos alababan y otros criticaban su voz, mientras que todos, para bien o para mal, cuestionábamos su imagen, y dudábamos de su recepción en Europa. Su discutida barba, ni más ni menos poblada, ha sido exactamente la misma desde septiembre, con una tibia acogida, hasta mayo.
La posterior presentación de Rise like a phoenix fue el siguiente paso y golpe de efecto. Cuando todos esperábamos un schlager, típico y tópico, con mucha purpurina y más pluma, nos abofeteó con una balada clásica, elegante y exquisita, con reminiscencias a las grandes divas de las bandas sonoras de James Bond con Shirley Bassey a la cabeza, y una propuesta tan añeja como universal. El recibimiento, una vez más, entre el fu y el fa aunque la semilla de la sorpresa ya estaba sembrada.
No fue hasta los ensayos y, esencialmente, hasta la semifinal, cuando ascendió de la tierra de nadie hasta el top 10 y el segundo puesto de las casas de apuestas. Conchita Wurst no solo era un travesti, una barba, y una polémica. Tom Newirth, el creador de su propio personaje, también sabía cantar e interpretar de lujo. Rise like a phoenixganaba enteros en directo, con el talento artístico, y la fuerza escénica de su intérprete. La realización de la DR y el escenario del B&W Hallerne fueron el envoltorio ideal con unos planos, multimedia e iluminación perfectas, una actuación emocionante, original, nuevamente, sorprendente, el espectáculo que se ganó al jurado, el telefoto y los espectadores en directo.
Conchita Wurst no ha ganado Eurovisión por su barba sino a pesar de su barba. Austria no fue favorita en el momento de la elección de su intérprete, ni de su tema, ni en los ensayos, ni en las semifinales, solo fue preferida cuando deslumbró a todo el mundo con su magistral espectáculo. Cualquier interpretación posterior es buscar enmiendas a una victoria indiscutible.
La cueva mediática, la misma que solo se acuerda del festival al día siguiente de su final todos los años, ya tenía el titular perfecto. Los ilustres ignorantes que ni conocen ni ven el certamen han tenido la pluma más afilada que nunca para debatir sobre una barba, la cual justifica así la grandeza de su propia existencia, dando muestras de la estupidez e incultura reinantes en la prensa. Cuando un programa de la televisión pública se convierte en el programa no deportivo más visto del año y más comentado de la historia, los buitres de los medios de comunicación manejan los hilos de sus títeres en forma de periodista u opinador, la profesión de moda, vendidos al mejor postor. Nada nuevo bajo el sol, todos ya sabemos antes del final lo que van a decir, lo que van a defecar para vender más. Conchita Wurst ha sido el blanco fácil, la diana perfecta, la misma de todos los años independientemente de su protagonista, aunque no han sido pocas las voces que en esta ocasión se han alzado a favor, tanto de la artista como del concurso, una clara muestra de que Eurovisión está más vivo que nunca cuando todos lo daban por muerto y enterrado.
Lo realmente absurdo, más allá de gustos personales, ha sido la reacción en contra de un sector de los eurofans y homosexuales hacia Conchita Wurst. La primera y más extendida crítica hacia ella es su imagen. Eurovisión es un concurso de artistas y temas pero también es un espectáculo audiovisual. La imagen importa en el festival, en la música, y en cualquier aspecto de la vida. Absolutamente todas las personas tenemos un aspecto, natural o pretendido, único y personal. El juzgar o justificar la victoria de Conchita Wurst por su imagen no tiene más validez que realizar lo mismo con los 61 ganadores previos de Eurovisión, todos y cada uno de ellos un físico, una chapa y pintura, y un aspecto estudiado al milímetro. Su cara, en definitiva, es suya, ni mejor, ni peor que la de nadie, la que le da la gana desde su libertad.
Otro objeto de discusión ha sido su personaje. Este argumento es si cabe más ridículo que el anterior. Todos los artistas son un personaje, desde Elton John, Elvis Presley o Michael Jackson, hasta Britney Spears, Lady Gaga o Madonna, todos tienen una imagen, una actitud y una personalidad totalmente estudiada de cara a los medios y el público, algunos incluso muriendo a los pies de su propio alter ego. Nos escandalizamos por una barba pero no por las gafas de Elton, el tupé de Elvis, el vitíligo de Michael y todas y cada una de las excentricidades de las señoritas Spears, Gaga y Ciccone. Conchita Wurst es simplemente el concepto, la creación y la identidad artística de Tom Newirth.
Otros ataques han apuntado hacia su travestismo. A estas alturas un travesti en la música o en el festival no debería resultar llamativo para nadie. Lo impactante es la ignorancia popular sobre los conceptos homosexualidad, travestismo y transexualidad. Un travesti es un hombre o una mujer que, independientemente de su orientación sexual, se viste del género contrario sin necesidad de sentirse implícitamente como tal. El travestismo ha existido en todas las culturas desde tiempos inmemoriables. Conchita Wurst no ha sido el primer personaje de la historia de Eurovisión como Lordi (Finlandia 2006), Silvia Night (Islandia 2006), Wolves of the Sea (Letonia 2008), Rodolfo Chikilicuatre (España 2008) o Dustin the Turkey (Irlanda 2008), ni el primer travesti como Sestre (Eslovenia 2002), Verka Serduchka (Ucrania 2007), o DQ (Dinamarca 2007), por lo que su condición de ganadora no tiene relación con lo primero ni con lo segundo.
Un artista puede reivindicar con su trabajo pan o circo pero cuando reclama la igualdad por la orientación o la identidad sexual los abanderados de la moralidad se rasgan las vestiduras. Por una parte están quienes critican a las minorías sexuales, estos enemigos son habituales y reconocibles, y a la vez fácilmente rebatibles. Los peores son, sin embargo, quienes se esconden bajo su apariencia de falso progresismo y tolerancia, incluídos los homosexuales o transexuales para quienes la igualdad nace y muere dentro de un armario bajo una falsa cualidad de moda llamada discreción. Conchita Wurst no es abanderada del colectivo LGTB, ni de ninguna causa, simplemente su propio personaje es un alegato por la libertad de todos sin importar el nacimiento, la raza, el sexo, la religión o la opinión. Un argumento que ni a los gobiernos autoritarios, ni a las personas nostálgicas de tiempos pasados, ni a los individuos que se odian a si mismos por sus miedos o, irrisoriamente, su condición, les provoca el mayor de los odios contra la justa ganadora, por hechos y derechos, de Eurovisión 2014.
La Conchitamanía no ha hecho más que arrancar.
We are unstoppable.